El agua que avanza sin prisa y sin pausa como el tiempo.

Que todo lo arrasa hasta que nada queda, ni siquiera los recuerdos.

Y una grieta que siempre se vuelve a abrir, por donde se filtra algo más que agua.



La ciudad está completamente inundada.

Dos amigos se refugían en una terraza en Villa Crespo.

¿Qué pasó con el resto de la gente? No lo recuerdan.

¿Qué pasó con ella? Puede que no haya sido más que un sueño

Y como en lo sueños pasado y presente coexisten, se entrelazan, se confunden.

Jamás sabrán hasta donde la memoria inventa o exagera lo que desconoce.

El agua de lluvia en cambio es real, se siente en la cara.

¿Cuánto tiempo habrá estado lloviendo sin cesar?

Quizás la terraza ya no sea ese lugar seguro.


"Aqueles..." según Lucho Bordegaray

lunes, noviembre 08, 2010
Sin dudas, ha sido óptima sala de juegos en la infancia e inigualable living para charlar con amigos en la temprana juventud; pero ahora, apenas unos años después, esa azotea es la plataforma obligada para mantenerse a salvo y poder otear algún futuro. El cielo se ha ennegrecido, y es tan inútil negar lo que anuncia como intentar frenar lo que trae.
Ahí, en la azotea, dos hermanos –el varón intentando mostrarse protector y proveedor, tal como se espera de su género; la mujer fingiendo no enterarse de algunas torpezas del primogénito como para permitirle la ilusión del cumplimiento de los mandatos– y un amigo llegado en mal momento, los tres asediados por la amenazante inundación. Asediados por la necesidad de sobrevivir a esas aguas, a los recuerdos de un ayer que hoy se impone más luminoso de lo que en realidad fue, y también a los secretos que hacen más oscuro el presente.
Ese pequeño mundo de unos pocos metros cuadrados está palpablemente asentado en una fuerte identidad porteña que excede las expresas referencias a nuestra ciudad, a Villa Crespo y al Club Atlanta, que excede asimismo esa arquitectura algo despreocupada y tan reconocible de las alturas de nuestros edificios. Hay algo más que lo oído y lo visto, y es que esos jóvenes de clase media, nacidos en familias judías con más convicción que fe y con más trabajo que sueños son, incluso en la situación extrema que están viviendo, parte de Buenos Aires. No necesitan demostrar nada: están habitados –aunque no sean conscientes de ello– por las sombras de Arlt, las voces de Marechal, los fantasmas de Dolina. Y es este clima, esta familiaridad, esta identidad que ostenta Aqueles que não são mais su mayor acierto, pues si algo está faltando en la escena porteña es, precisamente, siquiera la búsqueda esa “porteñidad” legítima, vívida, impensada pero real, que no tome como propio las maquetas de cafetín y tanguerías ni el perfil de un habitante globalizado.
El relato no es lineal, sino que va y vuelve entre el grave presente y un pasado cercano que nada bueno auguraba. Contrapunto temporal que, lejos de complicar el planteo, permite conocer más profundamente a los personajes y comprender que son ellos mismos en su cotidianeidad aquellos que ya no están. La tormenta interminable, la inundación que no ceja, lo que fuere, algo se llevó para siempre aquello que eran antes estos tres jóvenes.
Con Aqueles que não são mais, Horacio Nin Uría debuta como dramaturgo y director. En uno y otro rol se presenta con claras herramientas, búsquedas propias y buenas intenciones. El suyo no es sólo un debut: aquí hay un joven creador que, ajeno a estridencias y pretensiones, dice lo suyo sin preocuparse por complacer los gustos (que a veces se convierten en cánones) del circuito teatral alternativo. Que Nin Uría haya montado esta primera obra suya en el IMPA también habla de libertad en las elecciones y de asumir riesgos, bienvenidas decisiones que parecerían estar más presente en las y los artistas de teatro de su misma generación (de 21 a 30 años) que en sus precedentes.
Además de las actuaciones de Fran Suárez, Mariana Estensoro y Román Tanoni, hay dos músicos en escena: Juan Pablo Poliner y su tocayo Waserman; ellos tienen la virtud de generar buenos climas sin hacerlos protagonistas.
Imposible no señalar que la vestuarista es Mercedes Uría y el escenógrafo, Pepe Uría. Al aporte específico que cada cual brinda hay que agregar que aquí hay familia de artistas.
Y por último, la presencia en el equipo técnico de Javier Casielles, que brinda detalles de sutil belleza en un diseño de iluminación que –como siempre resulta de su intervención– es tan adecuado como innovador.

Publicado por Lucho Bordegaray.